Expulsión de los moriscos en 1610
Resumen
El 29 de mayo de 1610, Gastón de Moncada, marqués de Aitona y virrey de Aragón, hacía público en Zaragoza el decreto de expulsión de los moriscos del reino ordenado por Felipe III. El edicto justificaba la medida en los crímenes de lesa majestad humana y de lesa majestad divina cometidos por los cristianos nuevos en tanto que enemigos de la religión católica y conspiraciones contra de la Corona. Cumpliendo esta medida, entre los meses de junio y agosto de 1610 fueron deportados en torno a 60.000 aragoneses, divididos en tres trayectos principales de salida de España: Roncesvalles (Navarra), Canfranc (Huesca) y Los Alfaques (Tarragona). La mayoría de ellos recalaron, tras múltiples padecimientos en los trayectos y embarques, en el norte de África. Como consecuencia, la minoría fue borrada definitivamente del mapa, generando una pérdida demográfica que agudizó la crisis del siglo XVII, especialmente en Aragón.
Lugar
Plaza de la Seo, Zaragoza
Fecha
29 de mayo de 1610
Tipo de violencia
física, desplazamiento forzado de población
Insitución/Agente
Felipe III, rey de España.
Víctimas
La práctica totalidad de los moriscos aragoneses, unas 60.000 personas según estimaciones actuales.
Contexto
La expulsión de los moriscos de España fue objeto de debate entre teólogos y políticos durante varias décadas. Teniendo como precedente la deportación de los granadinos tras la rebelión de las Alpujarras en 1570, la consideración del destierro generalizado como única solución posible a la llamada cuestión morisca se planteó por primera vez en la Junta de Lisboa de 1582. Sin embargo, en ese momento, la medida no se llevó a cabo. Por una parte, aún se tenían esperanzas en la cristianización de los moriscos a través de campañas de evangelización. Por otra, el contexto internacional no era propicio para esta medida. Estas circunstancias habían desaparecido a principios del siglo XVII, cuando la frustración por los escasos avances en la evangelización fue paralela a una coyuntura de paz y calma en Europa.
La decisión de la expulsión respondió al clima ideológico y político de la época. Es el momento en que se consolidan los postulados contrarreformistas, cuando el aumento del poder de los monarcas les permitía ya contar con la estructura administrativa necesaria para llevar a cabo una empresa de tal calibre y en el que se extiende la identificación del morisco como cabeza de turco en un momento de progresiva decadencia política, tanto interna como externa, y de crisis económica. En el contexto de repliegue internacional de la Monarquía Hispánica, la expulsión de los moriscos fue empleada propagandísticamente por la Corona como una suerte de victoria militar de marcado cariz religioso que permitía presentar a Felipe III como adalid de la causa católica tras la humillación de la Tregua de los Doce Años (firmada el 9 de abril de 1609) ante los protestantes holandeses. Por ello, la decisión se justificó legalmente como una condena colectiva a todos los moriscos de España en tanto que perpetradores de un crimen de lesa majestad divina, como enemigos de la religión católica y de Dios, y de lesa majestad humana, en tanto que traidores a la Corona.
La expulsión de los moriscos se planificó en diferentes fases dividiendo los tiempos del proceso entre los diferentes reinos de la Monarquía. Aunque la decisión estaba prácticamente tomada en 1608, no fue hasta el 22 de septiembre de 1609 que se hizo público el decreto de expulsión de los moriscos valencianos, los primeros en ser deportados. A los aragoneses no les llegaría el turno hasta mayo de 1610, cuando ya habían salido también los castellanos y los andaluces. El edicto de expulsión se hizo público en Zaragoza el 29 de ese mes y, a diferencia de los demás reinos peninsulares, no iba firmado por el Felipe III, sino por el virrey. Entre junio y agosto de 1610 salieron de Aragón unas 60.000 personas. De ellas, en torno a 20.000 cruzaron la frontera por tierra a través de los puertos pirenaicos de Roncesvalles (Navarra) y Canfranc (Huesca), mientras que la mayoría, los restantes 40.000, fueron embarcados en el puerto tarraconense de Los Alfaques (hoy San Carlos de la Rápita).
Como consecuencia de la deportación, el reino de Aragón perdió en torno al 20% de su población. Esto tuvo repercusiones sumamente negativas poblacional y económicamente. Algunos pueblos quedaron totalmente despoblados y comarcas enteras sufrieron enormes pérdidas demográficas. Por su parte, la mayoría de los expulsados aragoneses recalaron en el norte de África, principalmente en Túnez, donde, en connivencia con las autoridades otomanas, fundaron nuevas localidades y conservaron durante un tiempo los vínculos comunitarios que habían tenido en España.
Memoria de dicha violencia
Frente a la cantidad de lugares de la memoria y centros de divulgación histórica existentes para la expulsión de los judíos, la deportación de los moriscos no ha generado tantos espacios de conmemoración. Esto es particularmente destacado en el caso de Aragón, a pesar de las enromes repercusiones que tuvo este acontecimiento para la región. De hecho, el único recuerdo público a la salida de los aragoneses se encuentra fuera de esta comunidad autónoma. Se trata de una escultura localizada en el parque de Garbí de San Carlos de la Rápita (Tarragona), antiguo puerto de Los Alfaques, donde embarcaron la mayoría de los deportados procedentes de Cataluña y Aragón.
Con todo, desde el mundo académico sí que se ha fomentado el recuerdo de la expulsión de 1610. En concreto, destacan los diferentes textos y recursos divulgativos producidos con motivo del cuatrocientos aniversario de los hechos en 2010 por parte de profesores e investigadores de la Universidad de Zaragoza.
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